¿Sabías que de adultos nosotros repetimos unos patrones adquiridos durante los primeros años de infancia, que son los que nos permiten “sobrevivir” y definen la forma en que afrontamos el diario vivir?
A estos patrones se les denomina “Heridas de la Infancia”, pueden ser visibles en cualquier ámbito de nuestra vida y aparecer de manera inesperada. Pueden aparecer en las relaciones de pareja, en las emociones que nos cuesta controlar o incluso en los pensamientos sobre nosotros mismos. Todos tenemos estas carencias, algunos en mayor o menor medida y no necesitamos haber vivido experiencias de infancia dolorosas para hacernos acreedores a ellas. Las principales heridas son:
El rechazo
El miedo al rechazo es una de las heridas emocionales más profundas, porque la persona siente que no tiene derecho a vivir. Implica una desconexión de nuestro interior, nuestros deseos, pensamientos y sentimientos. Esta herida suele aparecer antes de nacer, en el vientre cuando, por ejemplo, la madre no quiere ese niño en ese momento, porque no es del género que se espera o porque tiene un tono de piel diferente. La persona con una herida de rechazo no se siente merecedora de afecto ni de comprensión y se aísla en su vacío interior, aunque aparentemente puede ser muy «amiguero». La persona puede buscar la perfección, ser complaciente y así evitar desagradar a las personas para que nunca se molesten con ella y no ser auténticas en las relaciones y así en el intento de buscar agradar puede tender a adaptarse mucho a las personas para ser querida. La herida queda escondida en una máscara de “huida”.
El abandono
La persona “se abandona” a sí misma, siente un vacío de soledad. Puede ser porque una de las figuras parentales no estuvo presente o porque habiéndolo estado no hubo una conexión emocional profunda. En la niñez es probable que estas experiencias se tomaran de manera personal. El abandono genera dificultad en la comunicación. La persona suele sentirse también rechazada. Ante esta herida la persona compensará siendo emocional o mentalmente dependiente. Entonces, por ejemplo, a menudo ahogará a sus parejas exigiendo sutilmente que le quieran y será vigilante. Puede abandonar a sus parejas y a sus proyectos de forma temprana, por temor a ser ella la abandonada. Puede fingir que las personas no le importan tanto, que le da igual si están o si no quieren estar. Podría pensar: “te dejo antes de que tú me dejes a mí”, “si te vas, no vuelvas…”. La persona con esta herida puede estar muy preocupada por la percepción que los demás tienen de ella, el depender de otros puede dar miedo, por lo que puede preferir cuidar a otros emocionalmente, pero evitar que ellos la cuiden.
La humillación
Se refiere a experiencias en las que nuestros padres o cuidadores dieron el mensaje de que éramos “insuficientes”, “malos”, o que algo en nosotros era “inaceptable” o no merecedor de amor. Esta herida se abre cuando se nos desaprueba, se nos rebaja, se nos critica, cuando se nos hiere en el amor propio o en nuestra dignidad. Las consecuencias de esta herida pueden llevarnos a sentir miedo frente a las emociones agradables, quizás pensar que no las merecemos o que habrá una consecuencia. Puede llevarnos a tener baja autoestima y sentir que no nos merecemos cosas buenas, que no tenemos valor o que somos inferiores a los demás. Puede aparecer una tendencia narcisista para compensar la baja autoestima. Podemos no sentirnos merecedores de autocuidado, lo que se puede evidenciar en una falta de atención a nuestro cuerpo y necesidades emocionales. Esta herida genera una máscara de masoquista, es decir, encontrar placer sufriendo. Además, podemos haber aprendido a ser egoístas como un mecanismo de defensa, e incluso a humillar a los demás como escudo protector.
La traición
Surge cuando el niño se ha sentido traicionado por el progenitor del sexo opuesto, pero también se puede dar en la adultez en relaciones cercanas. Se refiere a experiencias en las que alguien importante en nuestra vida realiza una conducta que rompe nuestra confianza o interfiere con nuestro bienestar. Se da con personas con las que hay dependencia. Esto abre una desconfianza que se puede transformar en envidia y otros sentimientos negativos, por no sentirse merecedor de lo prometido y de lo que otros tienen. Las personas que han sufrido esta herida pueden sentir la necesidad de tener el control y así tener el deseo de influir en la vida de los demás, en sus decisiones y en su conducta. También pueden asumir que los demás tienen malas intenciones y que el mundo es un lugar inseguro, complicado y que vamos a tener experiencias negativas frecuentemente.
La injusticia
Se refiere a la experiencia de haber tenido cuidadores fríos y autoritarios, que solo nos dieron afecto a partir de nuestros logros, por lo que hubo una necesidad de “actuar” para recibir amor. Esto genera sentimientos de ineficacia e inutilidad lo cual traerá como consecuencia la rigidez, pues estas personas intentan ser muy importantes y adquirir gran poder. Además, es probable se haya creado pasión por el orden y el perfeccionismo. Podemos sentir miedo a perder el control y podemos buscar mantenernos controlados a toda costa. También podemos exigirle demasiado a nuestro cuerpo y podemos querer mostrarle al mundo que todo siempre está bien. Podemos tener tendencia a la búsqueda de poder y logro al haber recibido afecto cuando lográbamos algo, podemos mantener esta tendencia, teniendo expectativas muy altas para nosotros mismos.
Como estas heridas vienen desde hace muchos años, no será fácil identificarlas ni mucho menos sanarlas, no basta solo con razonarlas y aceptarlas, debemos validarlas y procesarlas.
En PADMATERAPIA te apoyamos con un proceso terapéutico que te puede guiar y ayudar en este camino, podrás cambiar aquello que no te gusta, romper los patrones adquiridos durante tu infancia y construir una vida más sana y llena de bienestar.